jueves

03


Esta tarde tuve que esperar sentada en la puerta del Ayuntamiento de mi pequeña ciudad. Llamadme despistada, pero he descubierto un mundo para mí desconocido.
La gente se cruzaba enfrente mía sin darse cuenta el uno del otro y, muchísimo menos, de mí. Vi pasar a gente que se creía listilla y aceleraba con el coche justo antes de que el semáforo se pusiese en rojo; pero luego les seguía mirando y veía como por culpa de eso terminaban provocando una caravana al otro lado del cruce. Había una gran cantidad de gente normal, que no tenía muy claro a dónde iba pero tomaba direcciones como si lo supiese. La ciudad también estaba increiblemente poblada por gente con suerte, ¡con muchísima suerte! Gente que se arriesgaba a conducir hablando por el móvil, ir sin casco o cruzar sin ni siquiera mirar la carretera. Delante de mis ojos ocurrieron varios milagros que hicieron que esas personas despreocupadas siguieran su camino como si nada. Grupos alegres, personas solas, caras tristes, risas y sonrisas.
La inocencia se paseaba por la calle con un precioso bolso que le va a robar la avaricia. Por cada segundo que pasaba observando mi alrededor veía mil mentiras y vivía mil otras.
No sé si debería sentir pena o indiferencia al darme cuenta de que dos personas cruzaban una preciosa mirada durante pocos segundos y, sin una sola palabra, separaban sus caminos para siempre. Así to el mundo; se cruzan, se evitan, no se dan cuenta, y siguen su paso.
Mirando a la gente se me planteaban demasiadas preguntas acerca de la vida, por lo que preferí cambiar de objetivo. Fui alzando la mirada poco a poco y mirando hacia donde debía mirar: hacia el cielo, hacia arriba.
El abanico de colores más bonito se abría ante mis ojos y me dejaba disfrutar plenamente de su originalidad. Las nubes cargadas de agua se colocaban en el horizonte, dejándome ver completamente el recorrido que el Sol dejaba al ponerse.
No podía ver formas en aquellas manchas blanquecinas, sólo tenían forma de lo que eran; nubes.
Esta estructura perfecta me calmaba, hacía que mi corazón volviese a coger un ritmo normal, mi mente corría libre; me planteaba mil preguntas sobre el sentido de todo y dejaba que se perdieran en esa bella imagen.
Una ligera vibración me hace volver a conectar con la Tierra. Miro a la derecha y veo llegar mi coche. Subo, cierro la puerta del coche y, sin darme cuenta, le cierro también la puerta a mis problemas, mi paz, mis dudas, mis soluciones, mis errores y mis respuestas.

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